San Juan 6, 44-51

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos Dios. Todo aquel que escuchaal Padre y aprende de él, se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquel que procede de Dios. Ese sí ha visto al Padre. Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y, sin embargo, murieron. Este es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo  que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”.

Reflexión

Muchos momentos de la vida, lanzan al ser humano a experiencias sin sentido, dolorosas y vacías de interés. La soledad en determinados ambientes y algún tipo de abandono hacia las personas, han llevado a la apremiante necesidad de ser salvados de sus situaciones; expresiones de juicio o rechazo, van en contra de las cualidades que deben tener quienes asumen el modelo de Cristo, que no condena al fracaso, sino que perdona, no hiere, Él sana las heridas. Dejarse llevar solo por los intereses terrenales, podría limitar la propia felicidad y en consecuencia empobrecer nuestras perspectivas a futuro. De ahí que la unión con Cristo tenga un grado enorme de importancia, pues su presencia en la vida nos aporta valor.