Eran las 13 horas, 14 minutos y 40 segundos del 19 de septiembre de 2017. En la Ciudad de México 2 horas antes, se había llevado a cabo el simulacro de todos los años para seguir fomentando la cultura de la prevención sísmica. Nadie imaginaba que ese día no solo sería un simulacro más, si no que marcaría por segunda vez nuestra historia. Un sismo de magnitud 7.1 dejó a su paso un desastre que hasta el día de hoy, es un recuerdo colectivo que provoca un pánico y un vacío en el estómago cada vez que se escucha la alerta sísmica.
A su paso y 32 años después se volvió a recordar el trabajo en equipo, la solidaridad y la empatía que movió al mundo entero. Una de las zonas más afectadas, sin duda fue el sur de la gran ciudad, desde zonas como, Tláhuac, Xochimilco, Villa Coapa, la colonia Portales, el edificio de la calle Álvaro Obregón en la colonia Roma, entre otras.
En la Universidad Marista había clases como cualquier otro día y toda la comunidad se comportó muy bien, las autoridades universitarias dieron el apoyo adecuado, además de que se sabía que los edificios están hechos para soportar este tipo de acontecimientos, sin embargo al paso de las horas existía ese sentimiento de vulnerabilidad, ya que muchos de nosotros en nuestro trayecto de regreso a casa, podíamos ver las caras de nuestros iguales en las calles como en cámara lenta, desesperados por llegar a su destino y al mismo tiempo observar a nuestro alrededor e irnos dando cuenta de los desastres que entre más pasaba el tiempo, más evidentes eran.
El espíritu de servicio estuvo latente, varios maestros se organizaron junto con los estudiantes para que la comunidad de Tláhuac tuviera un espacio de refugio dentro de la universidad. El comedor, a cargo de un gran equipo de maestros y estudiantes, comenzó a organizar todos los donativos de comida que llegaban para todo aquel que se acercaba a la UMA. También llevaban otro tipo de ayuda, como algo de beber a la gente que estaba organizando medicinas y haciendo otras acciones en ese momento tan importante.
El trabajar en comunidad es parte de lo que la filosofía marista fomenta día con día, la hermandad que surge en cada espacio en este espíritu de dar, todos siendo uno solo en solidaridad, compañerismo y a lo largo de la vida, es como ponemos en práctica todos estos valores, caminando como una sola familia, apoyándonos unos a otros, poniéndo en alto esa vocación de servicio.
La comunidad marista se desbordó en intentar ayudar, muchos se desprendieron de la mitad de su despensa, también se abrió un albergue para varias familias que vivían cerca de la universidad para aquellos que habían perdido su casa o habían quedado fracturadas.
Las lecciones aprendidas no son más que la unión que emana de los mexicanos, la solidaridad con la que actuamos y la empatía con la que nos dirigimos al que está al lado de nosotros.
Recordar que somos parte de la Universidad Marista nos llena de orgullo el corazón, al recorrer en el tiempo sucesos como este que no nos deja olvidarnos de lo vulnerables que podemos ser pero que en ese mismo caminar estamos dispuestos a: “SER PARA SERVIR”.